JULIAN UN JOVEN ADICTO DE TULUA QUE SE ENCUENTRA CON LA MUERTE
“Voy pensando en todas esas
maricadas que no faltan en la cabeza de un guevon como yo, que se pasa los
días dando lora por la calle”.
Se detiene un momento, mientras sus manos comienzan a temblar, su
cuerpo se eriza sintiendo un frío tenebroso que le cubre la piel, iba masticando
un palillo de bombom, en ese instante de espasmo y de un sinsabor
terrorífico resbala de su boca, boca de olor mortuorio, de labios
gruesos y oscuros por culpa de las trabas del día; camina bajo los árboles que
adornan la calle frente al centro comercial la herradura; pasa
por su mente la noche en que el Andrés llamado “el paisa” y Yeison conocido
como “Rogelio” entraron a su casa y sin
mediar palabras uno de ellos desenfundó un 38 largo y descargó todos sus tiros
en la cabeza de su padrastro, que en el
instante estiraba su mano derecha apuntando con el control hacia el televisor GoldStar que justo ese día funcionó
con el control; dice Julian: sino hubiera funcionado, tal vez el “calvo”, mi
padrastro, tendría la necesidad de
levantarse para cambiarlo de canal y en ese momento observar por la ventana que
sus enemigos lo iban a quebrar. Yo mientras tanto estaba en mi habitación con
un mp3 que esa tarde el Yeison me había regalado para que me entretuviera mientras
ellos cuadraban las cuentas con el marido de mi mamá, sin embargo por un
espacio reducido de la puerta pude observar todo lo sucedido.
Recuerdo la patética de mi madre, gritando y con sus manos empuñadas golpeando el piso, desesperada de dolor frente al cadáver, que lentamente se resbalaba de la silla en la que dejó de vivir unos minutos atrás. La sangre escurría por la mejillas y goteaba por el estómago pronunciado del muerto, miré sus ojos y quedaron abiertos; la mirada del difunto parecía dirigirse a una virgen de yeso pegada con silicona en la mitad, la milagrosa creo que se llama, que meses atrás él mismo había partido en una de sus llegadas borracho, en las que golpeaba fuertemente a mi madre y le decía la misma vaina de siempre “perra malparida usted es mi desgracia”.
Recuerdo la patética de mi madre, gritando y con sus manos empuñadas golpeando el piso, desesperada de dolor frente al cadáver, que lentamente se resbalaba de la silla en la que dejó de vivir unos minutos atrás. La sangre escurría por la mejillas y goteaba por el estómago pronunciado del muerto, miré sus ojos y quedaron abiertos; la mirada del difunto parecía dirigirse a una virgen de yeso pegada con silicona en la mitad, la milagrosa creo que se llama, que meses atrás él mismo había partido en una de sus llegadas borracho, en las que golpeaba fuertemente a mi madre y le decía la misma vaina de siempre “perra malparida usted es mi desgracia”.
Mientras tanto yo estaba
tras la puerta entrecerrada de la habitación, viendo muy asustado aquel
espectáculo de pura película de cartel, pero en este caso ni era una película
lo que pasaba, ni el difunto era un reconocido patrón de la cuadra o un narco,
era un simple aparecido que después de acostarse con mí mamá varias veces
decidió venirse vivir a nuestra casa, y
mi mamá aun sabiendo que el tipo era un “carga moño” lo aceptó; eso quiere
decir que una vieja enamorada, como ella le dice a mi hermana, ni ve ni entiende.
¡Qué raro¡ la misma
sensación de ese día la sentía por mi cuerpo en ese instante; no podía decir que fuera miedo, pues estoy enseñado a
recorrer estos lugares todos los días; a veces por aquí, al frente de la herradura en los rieles
del tren uno ve manes que estrangulan a besos a peladas de la calle, que se lo
dan por un pucho de marihuana, y terminan estos “culiandoselas” contra la pared
de una bodega antigua allí ubicada. Esas
mismas peladas, más feas que un carro por debajo, son las que tienen esas
chochas podridas de sida y pura gonorrea, !que asco¡ uno acostarse con esas
banderas.
Son las 3:46 de la mañana y
Julián que se dirigía a su casa, constata que las sensaciones producidas por su
cuerpo eran una premonición a lo que se avecinaba, sentado en el andén
exactamente al frente de la herradura, ve como una camioneta negra, que refleja las luces de los bombillos de la calle en sus puertas, viene en pique
pasando por el frente de la entrada del terminal, Julián pensó: “ hay gonorrea
esos vienen para acá, me van a matar esos Hp”. Ya sus amigos de andanzas "chucho" y "gamín" le habían contado que estaban haciendo limpieza, y que eran unos manes
de una camioneta negra, además de quebrar a los pareceros los picaban a machete
y los tiraban al Cauca para que no fueran a resucitar.
No hice nada más que pensar
en mi madrecita, los ojos se me brotaron cuando vi que la camioneta mermó la
velocidad y justo frente de mí se detuvo, sentía el olor del aceite del motor,
de las balas, de la sangre que se iba a derramar en ese instante, vino a
mi mente el cadáver del marido de mi
mamá, también la imagen de una gallina que días atrás me había robado cerca del
rio y como un asesino experto le corte el cuello con un cuchillo de cacha de
palo que cargo en mi pretina, para que dejara de cacarear. Mi boca en un instante quedó abierta y tiesa,
pasmado escuchaba los latidos de mi corazón, como si fuera el redoblante de una
banda de guerra, de esas que salen en semana santa. No parpadeaba ni pude
manipular mi cuerpo, ¡hay marica¡ me pelaron.
De pronto, veo como unos pies calzados con botas militares, bajan lentamente, mientras la puerta de la camioneta se abre; en ese momento descubrí que lo último que uno hace antes de morirse es cagarse, me defequé, me oriné sentado esperando ver frente a mí el arma que me llevaría al barrio de los acostados.
De pronto, veo como unos pies calzados con botas militares, bajan lentamente, mientras la puerta de la camioneta se abre; en ese momento descubrí que lo último que uno hace antes de morirse es cagarse, me defequé, me oriné sentado esperando ver frente a mí el arma que me llevaría al barrio de los acostados.
La camioneta a un metro y medio
de mí, había desplegado a un hombre de tés morena, grande como uno de esos
boxeadores de la televisión, vestido de camuflaje militar, y dando dos pasos yacía al frente mío,
una pistola empuñaba en su mano derecha, no lograba ver muy bien su cara ya que
todavía era oscuro y el reflejo de la luz y el miedo me impedía verlo. No quedó
ni una gota de sudor, ni una gota de orines,
ni un trozo de mierda dentro de mí, todo, hasta mis ganas de vivir se
fueron en ese instante. La única esperanza era que súper man, Batman o las chicas
súper poderosas me salvaran, en su defecto barnie. Pero mi historia se apagaría,
la llama de mi existencia perdería su fulgor, mis oídos no volverían a
escuchar, mi boca, no volvería hablar y mis manos no volverían a roban; tal vez
ese era mi pago por ser un pecador, por no ir a las misas del padre palacio,
por no rezar en semana santa o por no acudir a la virgen que mi padrastro
miró fijamente mientras la vida se le
esfumaba.
El hombre se inclinó hacia
mi, mis ojos no dejaban de ver la pistola que empuñaba su mano derecha, tomó mi
cumbamba con la mano izquierda, sentí que la muerte me acariciaba, la levantó bruscamente, mis ojos se salieron
de las órbitas cuando vi que su mano derecha con la pistola que brillaba por la
luz de las bombillas de la calle, se movía en dirección de mi frente, allí la
tenía, su cañón olía a muerte, podía sentir el frío del hierro del que estaba hecha.
El hombre de rostro
oscuro acercó su cabeza a la mía
anunciando con su mirada tenebrosa que el gatillo se activaría, emitió un
sonido de sus labios. Buuummmmmmmm, y soltó una carcajada fuerte, su mano se
desprendió de mi mentón, incorporó su cuerpo y burlándose de mi el hijueputa se
fue, subió a la camioneta, arrancaron y
se largaron, así no más, como si yo no mereciera unas disculpas. Malparido,
gonorrea, Hp, marica, le sobraron madrasos de mi parte a ese guevon, que me
hizo creer que en esa noche iba a bailar con la más fea.
Después de unos minutos
cagado hasta el pelo me dirigí a mi casa, sin creer que todavía estaba vivo.
(Espero tu comentario historiasurbanastulua@gmail.com
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