domingo, 27 de abril de 2014

Una breve anécdota de Julian. Un joven que recorre las calles Tulueñas en medio de una adicción


JULIAN ES UN JOVEN QUE TODAVÍA NO SABE QUE ES ADICTO.

Julián nombre usado para guardar su identidad, cruza la calle que lleva directo al terminal de transportes de  Tuluá a las 3:09 de la mañana, acaba de  salir del lago chillicote, donde consumió su último tabaco, y vio su figura escuálida reflejada en el agua que silenciosa acallaba los croak de las ranas misteriosas que allí habitan. Mira a su alrededor y curiosamente escucha el ruido de algunas motos  que pasan por el lugar acompañadas de la algarabía de unos cabrones que seguro, van más fumados  y perdidos que él. Camina con las manos en sus bolsillos; seguramente se dirige a su casa, ubicada en un barrio de humildes habitantes en  laderas del Río Tuluá, el día anterior no pudo llegar temprano a casa, pues le tocó correr como la mejor gacela huyéndole a los piches, maricas “tombos” que anunciados por una vieja soplona, se dispusieron a seguirlo después que él robara un estúpido cigarrillo de su carrito de dulces  improvisado al frente  de la galería. Eran dos, los policías vestidos de verde, jóvenes entre 18  y 19 años, con  bolillos en la mano, objeto fálico que incita  a darles una paliza severa, por ser arrogantes y prepotentes.
Dice Julián: Corrí como un loco, por toda la calle que de la galería lleva al lago chilicote, después de correr como tres cuadras, me di cuenta que eran unas “bachilocas”.  ¡Que estúpido!, corriéndole tal vez a los que en unos meses estarían conmigo noctambulando por mi ciudad en busca de consuelo o de un cachito de marihuana para pasar el frio; cuando reflexioné, me paré, en medio de la calle, les mostré el dedo medio, levantando la mano derecha, luego me lo metí varias veces en la boca y los miraba burlonamente tocándome con la mano izquierda mis “guevas”  venían tres cuadras atrás, así que tenía tiempo de  mofarme con sus caras de defensores de la justicia y sus bolillos café. Pero este momento excitante se opacó cuando veo que tras ellos venía  la “Bola”, carro detestado por todos los fumadores, expendedores, jóvenes rebeldes y uno que otro pillo; así era, se aproximaba  haciendo uso de sus sirenas y con una velocidad que aterraba,  mi rostro cambió automáticamente de agresor simbólico, a futuro agredido por  aquellos que juran proteger al pueblo y terminan ensañándose contra él. ¡Hay Hp¡ estos tombos me agarraron, pensé. Eran  eso de las 6:30 de la tarde  y  después de ese breve descanso, impulsé mi cuerpo y tal como lo hace el mejor atleta del mundo me dediqué a correr como ternero desbocado, salté por la baranda que rodea el lago chillicote  y caí de boca y nariz en las aguas de este sitio que hasta la fecha odiaba por su mal olor, pero que hoy, sería mi salvación, nadé hacia el centro del lago, mientras tanto, sentía que mí cuerpo se hundía lentamente;¡ Hay Marica¡ esta vaina sí es honda,  esa fue mi reflexión antes que golpeara mí peluda cabeza una piedrícima que mandaron los tombos. Miré de una y allí estaban. Uno de  los “bachilocas” se estaba quitando las botas para meterse al lago tras de mí, eso fue lo último que vi, porque me dediqué a practicar buceo, ósea meter  cabeza y cuerpo bajo el agua, y aguantar hasta que el aire se me acabara,  o sino, esperar que el “tombo” ese me agarrara, me diera una paliza, me llevara a la estación y llamaran  a mis papás.
Pero  la suerte estaba conmigo, al instante los maricas esos subieron en la “bola” y se fueron. Algunos que pasaban por el lugar, trataban de alumbrar con sus celulares para encontrarme en medio del agua, y comentaban mí hazaña, el perro  de uno de los ricachones que vive alrededor del lago ladraba como loco y un agente del Cai allí ubicado apenas y asomó su cabeza para averiguar que pasaba.  Sigilosamente Salí al otro extremo  del lago, encalambrado del frio, me senté. Por suerte, había un colchón viejo bajo unos árboles y me lo chanté para menguar el frío. Allí estuve sentado, hasta que llegaron unos manes peludos con pinta de bazuqueros y me ofrecieron  pegante. No gracias. Les dije. Más bien préstenme fuego para prender este cachito. Hacía rato lo estaba secando, esa era la dosis que quitaría de mí el cansancio, el frío y la adrenalina, me dispuse a ver los malditos perros multicolores y las estrellas fugaces  y demás locuras que pasan por mí cabeza; además de verme musculoso, en calzoncillos, con unas cananas en forma de cruz en el pecho, boleando bala a los malditos “tombos” y a uno que otro  personaje negro de mi infancia, que divagan por mi cabeza…   (Continuará)

3 comentarios:

  1. interesante escrito, pone en perceptiva la situación por la que atraviesan los jóvenes cuando son consumidos por el vicio y por otras practicas lesivas que también afectan el entorno en el que se desenvuelven.

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