sábado, 13 de diciembre de 2014

FRENTE A SATANAS



JOVEN QUE BUSCABA EL AMOR Y SE ENCONTRÓ CON EL MAL


Detrás de la Herradura, centro comercial reconocido en Tuluá, hay un enorme árbol en medio de un pequeño pastal, allí a eso de las nueve de la noche Jairo uno de los personajes de esta historia el 31 de octubre del 2005 llegó a reposar después de viajar desde Buenaventura.
no sabía dónde vivía su prima Johana, hacía unos 10 años no la visitaba pero recordaba este sitio en el cual le juró amor eterno, sabiendo que eran primos y que según le decía su madre, si se metía con una prima caería sobre él la desgracia. En ese árbol ambos invocaron una fuerza espiritual para que no les permitiera estar separados, juntaron sus manos, cortaron parte de la piel en sus muñecas derechas y como en las novelas románticas sellaron su amor uniendo su sangre. No pensaron las consecuencias que para ellos traería aquel juego de enamorados.

A esta hora el sitio estaba solo, era una noche fría, el viento soplaba tenebrosamente; mientras se acercaba vio algunas sombras humanas que se escondían en medio del cañal, ubicado frente de él, eso no fue obstáculo para ir hasta el sitio de la osadía amorosa con su "primita". Su intención era recostarse un momento al lado del tronco, descansar, recordar y salir en busca de la casa de su tía Sonia, una espiritista conocida en Tuluá porque con sus "ayuditas" no hay marido ajeno que le quede grande quitar a ciertas mujeres que la consultan. 

Doña Sonia dicen: “es la mejor de todas, lee las cartas, fuma el tabaco, arregla maridos, conjura difuntos, reza la penca de sábila y hasta le vende almas al diablo”. 
Jairo conoce el trabajo de su tía pero no cree mucho en eso, porque siendo niño un día ella le pagó 2000 pesos para que se metiera debajo de una mesa, durante un sesión espiritista y le moviera los dados que ella lanzaba, para que los asistentes creyeran que era un dichoso espíritu que se manifestaba en el lugar, ese día los asistentes dejaron más de medio millón de pesos y a Jaime le dio la cuantiosa suma de 2.000 pesos. 
Al estar debajo del árbol lo mira tiernamente como si el tiempo se hubiese detenido recordando lo sucedido el día del pacto, descarga un morral negro y su chaqueta de cuero, sin pensarlo se acuesta poniendo su cabeza en el morral, cierra los ojos y empieza a reconstruir aquel día. 

Pocos minutos después, quiere abrir sus ojos pero no puede, un frío terrible sujeta su cuerpo, cree que está soñando pero pasan los segundos y no puede reaccionar, siente como si alguien estuviese sentado en su pecho, quiere gritar pero no puede, escucha voces, pasos, siente llantos, alaridos de lobos, risas macabras, su cuerpo empieza a sudar, su piel se eriza, siente que no puede mover sus manos, ni pies, el corazón tiene pulsaciones más rápidas, su pecho le duele al correr los segundos, escucha una voz que dice: “Te tengo, eres mío” y se diluye en medio de una risa satánica y tétrica, su cuerpo se va quedando totalmente pasmado, la respiración se agota, las venas de su cuello se marcan, sus puños dan golpes contra el suelo, y su lengua empieza a salirse de la boca como si algo o alguien apretara tenuemente su garganta, el forcejeo es notorio, no quiere morir, pero siente que no puede respirar, lentamente una oscuridad desolada arropa su existencia, ya su cuerpo no razona, no recuerda el pacto amoroso, no siente la belleza del lugar, no hay anhelos de seguir su camino, algo o alguien se apodera de su vida... Continuará.

domingo, 1 de junio de 2014

¿LA MATARON? ¿SE MATÓ?



¿La mataron? ¿Se mató?

No son las 9 de la noche del sábado 4 de agosto de 2007, Rocío  entra en  su habitación para cambiar su ropa, un Jeans desgastado, una blusa azul clara de tiritas,  tenis Nike, con hendiduras en sus suelas, muy viejos; cierra la puerta se sienta en su cama, una cama vieja de madera heredada de su abuela Sara, en la cual murió años atrás. Su cuerpo está cansado, al frente tiene un espejo, lleno de tarjetas de sus amigas de colegio y cartas de algunos pretendientes, un  afiche del américa colgado detrás de la puerta del cuarto, un closet café con las tablas carcomidas por la polilla  y al que le hace falta una puerta, su ropa no está  organizada, y el cuarto huele a cosas viejas; al frente del espejo hay una ventana, al asomarse por ella se pueden conocer variedad de calzones, tangas,  medias y demás prendas de los vecinos.
También se escuchan a menudos los golpes y gritos de una pareja de recién casados que algunas noches salen a darse "madrazos" y golpes, en otras a tener sexo a la luz de la luna, “fastidian los gritos, y gemidos de esa vieja que parase una vaca cuando se la están comiendo” Comenta Rocio.

Se mira al espejo, y nota sus ojeras, su tristeza en la mirada, su pelo desarreglado, su naríz con pelos, su piel demacrada, y su mirada penetrante y triste. Acaba de llegar de buscar por las afueras de la ciudad a Juancho, su hermano, desaparecido hace días, después que ella misma lo viera en la tienda de la esquina comprado un cigarro, aunque parezca ilógico tenía 17 años y 5 de ellos los había pasado fumando cigarrillo, “nunca marihuana, porque él era un pelao sano”; deja caer su cuerpo en la cama, mientras esta “chirrea” no puede contener sus lágrimas, su impotencia, su soledad, tristeza, dolor, empuña sus sabanas fuertemente y eleva un grito desesperado ¡maldita sea esta vida!, tal vez nadie la escuchó ya que en el inquilinato que vive, todos los demás habitantes se la pasan bebidos, fumados, inmóviles por el vicio o ensordecidos con la música de los bares cercanos, donde no dejan de sonar canciones como “cuando yo me muera, del charrito negro” “la cruz de marihuana” u otros. Su cara se desfigura en llanto, y su corazón late fuertemente, no se había sentido así desde el día en que  su padre y madre, la dejaron abandonada junto con su hermano en la finca de los padrinos de bautizo, personajes que meses más tarde los echarían de  allí, porque se la pasaban viendo televisión, comiendo y alegando con María, la madrina.

En medio del llanto y del dolor, Rocío se queda dormida, sin pensar lo que sucedería.

¿Qué pasa juan? ¿Por qué no me contestabas?
Parce no te escuché, estaba oyendo una “nota” (Canción) lo dice quitándose el auricular de su oído  izquierdo.
Vamos juan, papá  está esperándonos.
¿Papá? ¡Estarás loca¡ Esa gonorrea nos dejó hace años tirados. Responde Juan.
Créeme  Juan,  es papá míralo, está al otro lado del río.

De pronto suena un relámpago y empieza a llover a cantaros, Rocío se despierta  asustada, con  su cuerpo sudoroso, y su corazón acelerado.  “Otra vez sueño lo mismo”. Dice Rocío, en medio de la oscuridad del cuarto, recuesta su cuerpo contra la cama nuevamente, con su mano derecha  acomoda la almohada, y en el instante comienza a sentir un frío inmenso, su piel se pone de “gallina”. “Qué raro, no escucho nada”,  ¿será que aún estoy soñando? ¿Porqué siento que me miran? ¿Por qué siento miedo?  Encoje lentamente su cuerpo en posición fetal agarrando como pudo su sabana, es verdad lo que piensa, no está sola, en su cuarto hay alguien más.

No deja de pensar en su hermano: “ahora sí creo que está muerto, pues siento la muerte que está aquí conmigo”.
De pronto comienzan a caer cosas de su closet, como si alguien estuviera escarbando y buscando algo, quiere gritar pero un taco en la garganta se lo impide, quiere mover su cuerpo pero está tieso del miedo, su corazón se va a salir, y trata de contener sus latidos para no  ser escuchada.

El cuarto está totalmente oscuro, de pronto, un pequeño reflejo de luz producido por los relámpagos empieza a entrar por la ventana; al mismo tiempo se va reflejando en la pared, que hay de frente a su cama una imagen, una silueta humana, sus ojos se hinchan, se comienza orinar a poquitos, trata de no respirar, su boca se abre como si elevara un grito desesperado, su cuerpo totalmente encogido, es testigo de un espectro,  cosa maligna, rara, desconocida que demolía lentamente su existencia. De repente se da cuenta que no era una, eran dos las sombras que se movían por toda la habitación en busca de algo, se escuchan sus pasos, acompañados de un viento fúnebre, de un olor a muerte, de angustia, que lentamente apagaban sus ojos, su corazón no podía más, intentó levantarse y no pudo, intento mover su cuerpo y fue imposible, solo sus ojos contemplaban aquella horrorosa danza de sombras imposibles de descubrir, fueron solo segundos, pero sentía que el tiempo se había detenido.

Al fin pudo recostar su cabeza en la almohada, sentir un ahogo profundo, traer la imagen de su hermano a la mente,  sintió que un objeto delgado y frío se apoyaba en su cuello, ahora las sombras no estaban lejos, las podía contemplar en frente de su cara, sentía que la miraban, eran ellas las que  presionaban lentamente el objeto que le dejaba si poder respirar, ya no habían fuerzas, no habían sueños, no había nadie;  lentamente sus manos y pies perdieron  su fuerza, sus ojos fijos mirando a las sombras mortuorias dilataron lentamente sus pupilas, su corazón dejó de  latir, un último suspiro se escuchó en ese cuarto del terror.

Dos días después encontraron el cadáver de la joven, con la varilla del “cortinero” en su cuello,  el cuarto con todas sus  prendas de vestir  en el suelo, objetos tirados, su cuerpo tieso, sus ojos salidos de las órbitas y las facciones de su cara completamente desfiguradas, parece que al final de su vida hubiera visto a la mismísima muerte.





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sábado, 10 de mayo de 2014

HISTORIA DE UNA JOVEN PREPAGO



JÉSICA DE COLEGIALA A PREPAGO







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A las 6:45 Jésica dejó el camino que la lleva al colegio y abordó un taxi,   frente a la estación de policía de Tuluá por la carrera 30. La mañana estaba soleada, acompañada de un viento frío característico de este pueblo.
La chica con 18 años de edad, pero con apariencia de 22 abre la puerta del vehículo, se sienta decentemente acomodando su uniforme, una falda de cuadros azules, 13 centímetros más arriba de las rodillas, y blusa con  dos botones fuera del ojal, los que dejan entrever parte de sus pechos.
El taxista un señor de unos 50 años de edad, esa mañana se sintió agradado de toparse con tal doncella y su mirada siguió detalladamente  por el retrovisor a la joven mientras  subía y se acomodaba en la silla trasera del taxi, cuando  la chica se aplastó en el asiento, se escuchó el chirrido del plástico que lo cubre, por la cabeza del hombre pasaron los pensamientos más morbosos y pecaminosos, miraba las piernas de la joven. El taxista lame su bigote canoso como si viera el trozo un trozo de carne guisado o un chorizo  grasoso de san Rafael.

Jésica en su afán no se alertó de la mirada del taxista que la conduciría hasta el lugar que de manera urgente debía llegar, “a donde se dirige señorita” pregunta amablemente el bonachón.
Llévame rápido a la casa de doña mercedes. Dijo la  Jésica.
Doña mercedes es una señora muy conocida en la ciudad por su buen corazón, ella en su bondad colabora amablemente a las chicas que buscan de su ayuda económica, la chica que se  acerque a doña mercedes esta le consigue un cliente para que se acueste con él, de esta acción tan  “noble” doña Mercedes gana el 20%,  “así sea usted bien fea se lo consigo” es el slogan de mercadeo de la fulana.

En el recorrido por toda la 30 Jésica se  cambia la falda  rápidamente, el taxista, brota los ojos observando por el espejo tal espectáculo, no despabila, asombrado saca su lengua y moja su bigotes nuevamente, su corazón palpita rápidamente y no quiere dejar de mirar, pero un joven en bicicleta que cruza la calle le interrumpe dicho festín, y con un frenon tremendo zamarrea a Jésica, quien se golpea la frente con la silla delantera y le dice con voz fuerte: Oiga señor, en vez de estar mirándome porque no maneja, ¿es que nunca ha visto calzones?. Perdón señorita responde el taxista.  
Sinceramente el señor nunca había visto calzones vestidos en una chica como ella, su mujer es una dama que pasa los 60 años, con unas características muy simpáticas, mediana de estatura, un poco gordita 92 Kilos, un lunar en el lado derecho de la nariz, algunos pelos en la barbilla y suele usar unos vestidos floridos con naguas, todo su cuerpo es muy curvo, por causa de la grasa acumulada por los años.  
De igual manera Jesica se quita la blusa y se pone otra pinta más de rumba,  una blusa escotada de color verde y una falda de jean que difícilmente se logró poner dentro de ese taxi que olía a viejo. Se calza y guarda rápidamente su uniforme en el maletín.
Después saca de su bolso colegial un labial rojo, brillo y  una acuarela y dificultosamente trata de maquillar sus labios, labios gruesos y sensuales, prosigue con sus ojos que son claros y verdosos, combinan con sus cabellos largos y nariz aguileña; con una moña de color gris se amarra el cabello haciéndose una cola, junta los labios para cerciorarse que están bien maquillados  y detalla sus pestañas, por un instante se queda mirando fijamente su imagen en el espejo redondo que sostiene su mano derecha, su mirada es opaca, triste y llena de soledad; otro día día más que le toca dejar sus libros, cuaderno y compañeros para ir al encuentro de quien sabe quién, un don nadie que después de lanzarla  en una cama en cualquier motel, hacerle mil cochinadas, le tirará un billete de $50.000 en la cara y se irá orondamente como si nada hubiera pasado.
¡Señor pare  aquí por favor¡ dice Jésica.
El hombre le responde: ¡pero aún no hemos llegado señorita!
¡Lo sé!, pero déjeme aquí: Responde Jésica con una cara de dolor tremenda.
El taxi se detiene justo al frente del parque de la “Teta” y allí con un inmenso dolor reflejado en su rostro Jesica desciende del auto.
Son $3.500 señorita. Dice el taxista.
No tengo con que pagarle señor, Responde la muchacha con el rostro mirando hacia suelo.
Yo no sé, pero que me paga,  me paga, insiste enfurecido  el hombre abriendo la puerta de su taxi.
En ese momento La chica empieza a correr desesperada, por el andén que lleva directamente  al busto de Jorge Eliecer Gaitán y los salpicones de la “negra”, después de notar que el hombre se acercaba ofuscado con un machete en la mano. Cuando iba  lejos miro atrás y escuchó cuando el tipo que unos minutos antes la deseaba, le gritaba ¡por eso es que a estas putas las matan, perra sin vergüenza, ladrona!  
Junto a un árbol, cansada de la corrida se sienta mirando como el agua del río Tuluá corre, mientras la mañana avanza. No sabe porque tomó la decisión de no ir al encuentro amoroso que tenía con don Agustín, un hombre que días atrás le había presentado Laura una compañera de colegio, dicho señor le daría 200.000 por el rato y si se portaba bien otros 100.000, Laura le dijo que el tipo si cumplía y hasta un Black Berry le había regalado.
Piensa Jésica: Tal vez estoy mamada de que los manes se  acuesten conmigo  y me traten como les da la gana, pero que más voy hacer, mi mamá no puede trabajar y mi hermanito apenas y camina.
De sus ojos se resbalan dos gigantes lágrimas que se notan al chocarse con la luz del sol , con su cabeza recostada en un árbol del lugar comienza a experimentar un dolor terrible, dolor que viene con ella desde el día que su padrastro,  “José” se le metió en la cama, siendo ella apenas una niña de 10 años.
Como olvidarlo, si con el dolor de  niña inocente  le suplicaba que sus manos no le tocasen, y que no le apretara su cuerpo tan débil y frágil, pero ese hombre que se convertiría en el monstruo  de todas las noches, le haría  daño una y otra vez, con sus manos, con su boca y con todo lo demás usado por un maniático violador.
Diariamente se repetiría esta acción  durante 5 tediosos años, hasta el día que su madre, al entrar  a la casa vio cómo su esposo se aprovechaba de su hija, que lloraba, tirada de espalda en una cama, desnuda y con la impotencia de una niña  que ha sido sometida y manipulada durante mucho tiempo.
Su madre, asombrada y adolorida  golpeó con una butaca  por la espalda al que no iba ser su marido desde ese día. ¡Hijueputa, malparido suelte a mi hija” gritaba la madre una y otra vez, mientras Jésica descansaba de aquel dolor de 5 largos años en silencio. Por fin su madre se enteraba de las atrocidades que hacia Don José mientras ella se iba a trabajar en una casa de familia.
El hombre como pudo salió de la casa subiéndose sus pantalones asustado y adolorido por los golpes de la “misia”  que abrazando a su hija con lágrimas en los ojos no podía creer lo que estaba pasando. Al tipo nunca más se le vio por el lugar.
Pero después de todo, la escena que su padrastro le hacía protagonizar, la reviviría en casi todos los moteles de Tuluá atendiendo a personajes que como su padrastro, buscaban en ella un rato de placer, de goce, en medio de sus protuberantes “tetas” y su esbelto cuerpo de doncella que aún conservaba.  ¿En qué momento se había metido en este mundo? Si veía que muchas chicas han salido adelante  sin necesidad de vender su alma al diablo.
Recordó el dolor que sintió, cuando se enteró lo que había pasado en la   fiesta de ricachones, en una finca veranera de Nariño, cuando “el Man” que la llevaba le dio un trago y después de este no recordaba nada, hasta el día que Tatiana su amiga de parche, le mostrara un video en la internet en el que aparecía ella (Jésica) teniendo sexo con varios hombres, entre ellos su acompañante. 

Fue terrible, los compañeros de curso, la miraban como la puta del lugar, las profesoras murmuraban de ella cuando pasaba por su lado, y  algunos profesores la miraban como un pastel de cumpleaños. Todo el colegio se enteró, poco le faltó para matarse, pues el dolor, la burla y la soledad le hacían sentir que su vida era un total fracaso.

Como Prepago no le iba mal, pues en la semana se levantaba  $400 o $500 mil pesos, pero su vida era un infierno, aunque ganaba buen dinero, en el colegio iba perdiendo todas las materias, su mamá ya no le creía que  se conseguía el dinero vendiendo las revista Avon,  y su perro la miraba con arrechera desde el día que la vio haciendo cosas con un cliente en la sala de su casa. Definitivamente su vida era un desastre.

domingo, 27 de abril de 2014

JULIAN Y EL TERROR DE LA GUERRA EN LAS CALLES DE TULUA.



JULIAN UN  JOVEN ADICTO DE TULUA   QUE SE ENCUENTRA CON LA MUERTE

(Segunda parte)

“Voy pensando en todas esas maricadas que no faltan en la cabeza de un guevon como yo, que se pasa los días dando lora por la calle”. 

Se detiene un momento, mientras sus manos comienzan a temblar, su cuerpo se eriza sintiendo un frío tenebroso que le cubre la piel, iba masticando un palillo de bombom, en ese instante de espasmo y de un sinsabor  terrorífico resbala de su boca, boca de olor mortuorio, de labios gruesos y oscuros por culpa de las trabas del día; camina bajo los árboles que adornan la calle frente al centro comercial la herradura; pasa por su mente la noche en que el Andrés llamado “el paisa” y Yeison conocido como “Rogelio” entraron a su casa y sin mediar palabras uno de ellos desenfundó un 38 largo y descargó todos sus tiros en la cabeza de  su padrastro, que en el instante estiraba su mano derecha apuntando con el control hacia el  televisor GoldStar que justo ese día funcionó con el control; dice Julian: sino hubiera funcionado, tal vez el “calvo”, mi padrastro,  tendría la necesidad de levantarse para cambiarlo de canal y en ese momento observar por la ventana que sus enemigos lo iban a quebrar. Yo mientras tanto estaba en mi habitación con un mp3 que esa tarde el Yeison me había regalado para que me entretuviera mientras ellos cuadraban las cuentas con el marido de mi mamá, sin embargo por un espacio reducido de la puerta pude observar todo lo sucedido. 

Recuerdo la patética de mi madre, gritando y con sus manos empuñadas golpeando el piso, desesperada de dolor frente al cadáver, que lentamente se resbalaba de la silla en la que dejó de vivir unos minutos atrás. La sangre escurría por la mejillas y goteaba por el estómago pronunciado del muerto, miré sus ojos y quedaron abiertos; la mirada del difunto parecía dirigirse a una virgen de yeso  pegada con silicona en la mitad, la milagrosa creo que se llama, que meses atrás  él mismo había partido  en una de sus llegadas borracho, en las que golpeaba fuertemente a mi madre y le decía la misma vaina de siempre “perra malparida usted es mi desgracia”.
Mientras tanto yo estaba tras la puerta entrecerrada de la habitación, viendo muy asustado aquel espectáculo de pura película de cartel, pero en este caso ni era una película lo que pasaba, ni el difunto era un reconocido patrón de la cuadra o un narco, era un simple aparecido que después de acostarse con mí mamá varias veces decidió venirse  vivir a nuestra casa, y mi mamá aun sabiendo que el tipo era un “carga moño” lo aceptó; eso quiere decir que una vieja enamorada, como ella  le dice a mi hermana, ni ve ni entiende.

¡Qué raro¡ la misma sensación de ese día la sentía por mi cuerpo en ese instante; no podía  decir que fuera miedo, pues estoy enseñado a recorrer estos lugares todos los días; a veces por  aquí, al frente de la herradura en los rieles del tren uno ve manes que estrangulan a besos a peladas de la calle, que se lo dan por un pucho de marihuana, y terminan estos “culiandoselas” contra la pared de una  bodega antigua allí ubicada. Esas mismas peladas, más feas que un carro por debajo, son las que tienen esas chochas podridas de sida y pura gonorrea, !que asco¡ uno acostarse con esas banderas.

Son las 3:46 de la mañana y Julián que se dirigía a su casa, constata que las sensaciones producidas por su cuerpo eran una premonición a lo que se avecinaba, sentado en el andén exactamente al frente de la herradura, ve como una camioneta negra, que refleja las luces de los bombillos de la calle en sus puertas, viene en pique pasando por el frente de la entrada del terminal, Julián pensó: “ hay gonorrea esos vienen para acá, me van a matar esos Hp”. Ya sus amigos de andanzas "chucho" y "gamín" le habían contado que estaban haciendo limpieza, y que eran unos manes de una camioneta negra, además de quebrar a los pareceros los picaban a machete y los tiraban al Cauca para que no fueran a resucitar.

No hice nada más que pensar en mi madrecita, los ojos se me brotaron cuando vi que la camioneta mermó la velocidad y justo frente de mí se detuvo, sentía el olor del aceite del motor, de las balas, de la sangre que se iba a derramar en ese instante, vino a mi  mente el cadáver del marido de mi mamá, también la imagen de una gallina que días atrás me había robado cerca del rio y como un asesino experto le corte el cuello con un cuchillo de cacha de palo que cargo en mi pretina, para que dejara de cacarear.  Mi boca en un instante quedó abierta y tiesa, pasmado escuchaba los latidos de mi corazón, como si fuera el redoblante de una banda de guerra, de esas que salen en semana santa. No parpadeaba ni pude manipular mi cuerpo, ¡hay marica¡ me pelaron.
De pronto, veo como unos pies calzados con botas militares,  bajan lentamente, mientras la puerta de la camioneta se abre; en ese momento descubrí que lo último que uno hace antes de morirse es cagarse, me defequé, me oriné sentado esperando ver frente a mí el arma que me llevaría al barrio de los acostados.

La camioneta a un metro y medio de mí, había desplegado a un hombre de tés morena, grande como uno de esos boxeadores de la televisión, vestido de camuflaje  militar, y dando dos pasos yacía al frente mío, una pistola empuñaba en su mano derecha, no lograba ver muy bien su cara ya que todavía era oscuro y el reflejo de la luz y el miedo me impedía verlo. No quedó ni una gota de sudor, ni una gota de orines,  ni un trozo de mierda dentro de mí, todo, hasta mis ganas de vivir se fueron en ese instante. La única esperanza era que súper man, Batman o las chicas súper poderosas me salvaran, en su defecto barnie. Pero mi historia se apagaría, la llama de mi existencia perdería su fulgor, mis oídos no volverían a escuchar, mi boca, no volvería hablar y mis manos no volverían a roban; tal vez ese era mi pago por ser un pecador, por no ir a las misas del padre palacio, por no rezar en semana santa o por no acudir a la virgen que mi padrastro miró  fijamente mientras la vida se le esfumaba.

El hombre se inclinó hacia mi, mis ojos no dejaban de ver la pistola que empuñaba su mano derecha, tomó mi cumbamba con la mano izquierda, sentí que la muerte me acariciaba,  la levantó bruscamente, mis ojos se salieron de las órbitas cuando vi que su mano derecha con la pistola que brillaba por la luz de las bombillas de la calle, se movía en dirección de mi frente, allí la tenía, su cañón olía a muerte, podía sentir el frío del hierro  del que estaba hecha.

El hombre de rostro oscuro  acercó su cabeza a la mía anunciando con su mirada tenebrosa que el gatillo se activaría, emitió un sonido de sus labios. Buuummmmmmmm, y soltó una carcajada fuerte, su mano se desprendió de mi mentón, incorporó su cuerpo y burlándose de mi el hijueputa se fue,  subió a la camioneta, arrancaron y se largaron, así no más, como si yo no mereciera unas disculpas. Malparido, gonorrea, Hp, marica, le sobraron madrasos de mi parte a ese guevon, que me hizo creer que en esa noche iba a bailar con la más fea.   

Después de unos minutos cagado hasta el pelo me dirigí a mi casa, sin creer que  todavía estaba vivo.  

(Espero tu comentario historiasurbanastulua@gmail.com

Una breve anécdota de Julian. Un joven que recorre las calles Tulueñas en medio de una adicción


JULIAN ES UN JOVEN QUE TODAVÍA NO SABE QUE ES ADICTO.

Julián nombre usado para guardar su identidad, cruza la calle que lleva directo al terminal de transportes de  Tuluá a las 3:09 de la mañana, acaba de  salir del lago chillicote, donde consumió su último tabaco, y vio su figura escuálida reflejada en el agua que silenciosa acallaba los croak de las ranas misteriosas que allí habitan. Mira a su alrededor y curiosamente escucha el ruido de algunas motos  que pasan por el lugar acompañadas de la algarabía de unos cabrones que seguro, van más fumados  y perdidos que él. Camina con las manos en sus bolsillos; seguramente se dirige a su casa, ubicada en un barrio de humildes habitantes en  laderas del Río Tuluá, el día anterior no pudo llegar temprano a casa, pues le tocó correr como la mejor gacela huyéndole a los piches, maricas “tombos” que anunciados por una vieja soplona, se dispusieron a seguirlo después que él robara un estúpido cigarrillo de su carrito de dulces  improvisado al frente  de la galería. Eran dos, los policías vestidos de verde, jóvenes entre 18  y 19 años, con  bolillos en la mano, objeto fálico que incita  a darles una paliza severa, por ser arrogantes y prepotentes.
Dice Julián: Corrí como un loco, por toda la calle que de la galería lleva al lago chilicote, después de correr como tres cuadras, me di cuenta que eran unas “bachilocas”.  ¡Que estúpido!, corriéndole tal vez a los que en unos meses estarían conmigo noctambulando por mi ciudad en busca de consuelo o de un cachito de marihuana para pasar el frio; cuando reflexioné, me paré, en medio de la calle, les mostré el dedo medio, levantando la mano derecha, luego me lo metí varias veces en la boca y los miraba burlonamente tocándome con la mano izquierda mis “guevas”  venían tres cuadras atrás, así que tenía tiempo de  mofarme con sus caras de defensores de la justicia y sus bolillos café. Pero este momento excitante se opacó cuando veo que tras ellos venía  la “Bola”, carro detestado por todos los fumadores, expendedores, jóvenes rebeldes y uno que otro pillo; así era, se aproximaba  haciendo uso de sus sirenas y con una velocidad que aterraba,  mi rostro cambió automáticamente de agresor simbólico, a futuro agredido por  aquellos que juran proteger al pueblo y terminan ensañándose contra él. ¡Hay Hp¡ estos tombos me agarraron, pensé. Eran  eso de las 6:30 de la tarde  y  después de ese breve descanso, impulsé mi cuerpo y tal como lo hace el mejor atleta del mundo me dediqué a correr como ternero desbocado, salté por la baranda que rodea el lago chillicote  y caí de boca y nariz en las aguas de este sitio que hasta la fecha odiaba por su mal olor, pero que hoy, sería mi salvación, nadé hacia el centro del lago, mientras tanto, sentía que mí cuerpo se hundía lentamente;¡ Hay Marica¡ esta vaina sí es honda,  esa fue mi reflexión antes que golpeara mí peluda cabeza una piedrícima que mandaron los tombos. Miré de una y allí estaban. Uno de  los “bachilocas” se estaba quitando las botas para meterse al lago tras de mí, eso fue lo último que vi, porque me dediqué a practicar buceo, ósea meter  cabeza y cuerpo bajo el agua, y aguantar hasta que el aire se me acabara,  o sino, esperar que el “tombo” ese me agarrara, me diera una paliza, me llevara a la estación y llamaran  a mis papás.
Pero  la suerte estaba conmigo, al instante los maricas esos subieron en la “bola” y se fueron. Algunos que pasaban por el lugar, trataban de alumbrar con sus celulares para encontrarme en medio del agua, y comentaban mí hazaña, el perro  de uno de los ricachones que vive alrededor del lago ladraba como loco y un agente del Cai allí ubicado apenas y asomó su cabeza para averiguar que pasaba.  Sigilosamente Salí al otro extremo  del lago, encalambrado del frio, me senté. Por suerte, había un colchón viejo bajo unos árboles y me lo chanté para menguar el frío. Allí estuve sentado, hasta que llegaron unos manes peludos con pinta de bazuqueros y me ofrecieron  pegante. No gracias. Les dije. Más bien préstenme fuego para prender este cachito. Hacía rato lo estaba secando, esa era la dosis que quitaría de mí el cansancio, el frío y la adrenalina, me dispuse a ver los malditos perros multicolores y las estrellas fugaces  y demás locuras que pasan por mí cabeza; además de verme musculoso, en calzoncillos, con unas cananas en forma de cruz en el pecho, boleando bala a los malditos “tombos” y a uno que otro  personaje negro de mi infancia, que divagan por mi cabeza…   (Continuará)