domingo, 27 de abril de 2014

JULIAN Y EL TERROR DE LA GUERRA EN LAS CALLES DE TULUA.



JULIAN UN  JOVEN ADICTO DE TULUA   QUE SE ENCUENTRA CON LA MUERTE

(Segunda parte)

“Voy pensando en todas esas maricadas que no faltan en la cabeza de un guevon como yo, que se pasa los días dando lora por la calle”. 

Se detiene un momento, mientras sus manos comienzan a temblar, su cuerpo se eriza sintiendo un frío tenebroso que le cubre la piel, iba masticando un palillo de bombom, en ese instante de espasmo y de un sinsabor  terrorífico resbala de su boca, boca de olor mortuorio, de labios gruesos y oscuros por culpa de las trabas del día; camina bajo los árboles que adornan la calle frente al centro comercial la herradura; pasa por su mente la noche en que el Andrés llamado “el paisa” y Yeison conocido como “Rogelio” entraron a su casa y sin mediar palabras uno de ellos desenfundó un 38 largo y descargó todos sus tiros en la cabeza de  su padrastro, que en el instante estiraba su mano derecha apuntando con el control hacia el  televisor GoldStar que justo ese día funcionó con el control; dice Julian: sino hubiera funcionado, tal vez el “calvo”, mi padrastro,  tendría la necesidad de levantarse para cambiarlo de canal y en ese momento observar por la ventana que sus enemigos lo iban a quebrar. Yo mientras tanto estaba en mi habitación con un mp3 que esa tarde el Yeison me había regalado para que me entretuviera mientras ellos cuadraban las cuentas con el marido de mi mamá, sin embargo por un espacio reducido de la puerta pude observar todo lo sucedido. 

Recuerdo la patética de mi madre, gritando y con sus manos empuñadas golpeando el piso, desesperada de dolor frente al cadáver, que lentamente se resbalaba de la silla en la que dejó de vivir unos minutos atrás. La sangre escurría por la mejillas y goteaba por el estómago pronunciado del muerto, miré sus ojos y quedaron abiertos; la mirada del difunto parecía dirigirse a una virgen de yeso  pegada con silicona en la mitad, la milagrosa creo que se llama, que meses atrás  él mismo había partido  en una de sus llegadas borracho, en las que golpeaba fuertemente a mi madre y le decía la misma vaina de siempre “perra malparida usted es mi desgracia”.
Mientras tanto yo estaba tras la puerta entrecerrada de la habitación, viendo muy asustado aquel espectáculo de pura película de cartel, pero en este caso ni era una película lo que pasaba, ni el difunto era un reconocido patrón de la cuadra o un narco, era un simple aparecido que después de acostarse con mí mamá varias veces decidió venirse  vivir a nuestra casa, y mi mamá aun sabiendo que el tipo era un “carga moño” lo aceptó; eso quiere decir que una vieja enamorada, como ella  le dice a mi hermana, ni ve ni entiende.

¡Qué raro¡ la misma sensación de ese día la sentía por mi cuerpo en ese instante; no podía  decir que fuera miedo, pues estoy enseñado a recorrer estos lugares todos los días; a veces por  aquí, al frente de la herradura en los rieles del tren uno ve manes que estrangulan a besos a peladas de la calle, que se lo dan por un pucho de marihuana, y terminan estos “culiandoselas” contra la pared de una  bodega antigua allí ubicada. Esas mismas peladas, más feas que un carro por debajo, son las que tienen esas chochas podridas de sida y pura gonorrea, !que asco¡ uno acostarse con esas banderas.

Son las 3:46 de la mañana y Julián que se dirigía a su casa, constata que las sensaciones producidas por su cuerpo eran una premonición a lo que se avecinaba, sentado en el andén exactamente al frente de la herradura, ve como una camioneta negra, que refleja las luces de los bombillos de la calle en sus puertas, viene en pique pasando por el frente de la entrada del terminal, Julián pensó: “ hay gonorrea esos vienen para acá, me van a matar esos Hp”. Ya sus amigos de andanzas "chucho" y "gamín" le habían contado que estaban haciendo limpieza, y que eran unos manes de una camioneta negra, además de quebrar a los pareceros los picaban a machete y los tiraban al Cauca para que no fueran a resucitar.

No hice nada más que pensar en mi madrecita, los ojos se me brotaron cuando vi que la camioneta mermó la velocidad y justo frente de mí se detuvo, sentía el olor del aceite del motor, de las balas, de la sangre que se iba a derramar en ese instante, vino a mi  mente el cadáver del marido de mi mamá, también la imagen de una gallina que días atrás me había robado cerca del rio y como un asesino experto le corte el cuello con un cuchillo de cacha de palo que cargo en mi pretina, para que dejara de cacarear.  Mi boca en un instante quedó abierta y tiesa, pasmado escuchaba los latidos de mi corazón, como si fuera el redoblante de una banda de guerra, de esas que salen en semana santa. No parpadeaba ni pude manipular mi cuerpo, ¡hay marica¡ me pelaron.
De pronto, veo como unos pies calzados con botas militares,  bajan lentamente, mientras la puerta de la camioneta se abre; en ese momento descubrí que lo último que uno hace antes de morirse es cagarse, me defequé, me oriné sentado esperando ver frente a mí el arma que me llevaría al barrio de los acostados.

La camioneta a un metro y medio de mí, había desplegado a un hombre de tés morena, grande como uno de esos boxeadores de la televisión, vestido de camuflaje  militar, y dando dos pasos yacía al frente mío, una pistola empuñaba en su mano derecha, no lograba ver muy bien su cara ya que todavía era oscuro y el reflejo de la luz y el miedo me impedía verlo. No quedó ni una gota de sudor, ni una gota de orines,  ni un trozo de mierda dentro de mí, todo, hasta mis ganas de vivir se fueron en ese instante. La única esperanza era que súper man, Batman o las chicas súper poderosas me salvaran, en su defecto barnie. Pero mi historia se apagaría, la llama de mi existencia perdería su fulgor, mis oídos no volverían a escuchar, mi boca, no volvería hablar y mis manos no volverían a roban; tal vez ese era mi pago por ser un pecador, por no ir a las misas del padre palacio, por no rezar en semana santa o por no acudir a la virgen que mi padrastro miró  fijamente mientras la vida se le esfumaba.

El hombre se inclinó hacia mi, mis ojos no dejaban de ver la pistola que empuñaba su mano derecha, tomó mi cumbamba con la mano izquierda, sentí que la muerte me acariciaba,  la levantó bruscamente, mis ojos se salieron de las órbitas cuando vi que su mano derecha con la pistola que brillaba por la luz de las bombillas de la calle, se movía en dirección de mi frente, allí la tenía, su cañón olía a muerte, podía sentir el frío del hierro  del que estaba hecha.

El hombre de rostro oscuro  acercó su cabeza a la mía anunciando con su mirada tenebrosa que el gatillo se activaría, emitió un sonido de sus labios. Buuummmmmmmm, y soltó una carcajada fuerte, su mano se desprendió de mi mentón, incorporó su cuerpo y burlándose de mi el hijueputa se fue,  subió a la camioneta, arrancaron y se largaron, así no más, como si yo no mereciera unas disculpas. Malparido, gonorrea, Hp, marica, le sobraron madrasos de mi parte a ese guevon, que me hizo creer que en esa noche iba a bailar con la más fea.   

Después de unos minutos cagado hasta el pelo me dirigí a mi casa, sin creer que  todavía estaba vivo.  

(Espero tu comentario historiasurbanastulua@gmail.com

Una breve anécdota de Julian. Un joven que recorre las calles Tulueñas en medio de una adicción


JULIAN ES UN JOVEN QUE TODAVÍA NO SABE QUE ES ADICTO.

Julián nombre usado para guardar su identidad, cruza la calle que lleva directo al terminal de transportes de  Tuluá a las 3:09 de la mañana, acaba de  salir del lago chillicote, donde consumió su último tabaco, y vio su figura escuálida reflejada en el agua que silenciosa acallaba los croak de las ranas misteriosas que allí habitan. Mira a su alrededor y curiosamente escucha el ruido de algunas motos  que pasan por el lugar acompañadas de la algarabía de unos cabrones que seguro, van más fumados  y perdidos que él. Camina con las manos en sus bolsillos; seguramente se dirige a su casa, ubicada en un barrio de humildes habitantes en  laderas del Río Tuluá, el día anterior no pudo llegar temprano a casa, pues le tocó correr como la mejor gacela huyéndole a los piches, maricas “tombos” que anunciados por una vieja soplona, se dispusieron a seguirlo después que él robara un estúpido cigarrillo de su carrito de dulces  improvisado al frente  de la galería. Eran dos, los policías vestidos de verde, jóvenes entre 18  y 19 años, con  bolillos en la mano, objeto fálico que incita  a darles una paliza severa, por ser arrogantes y prepotentes.
Dice Julián: Corrí como un loco, por toda la calle que de la galería lleva al lago chilicote, después de correr como tres cuadras, me di cuenta que eran unas “bachilocas”.  ¡Que estúpido!, corriéndole tal vez a los que en unos meses estarían conmigo noctambulando por mi ciudad en busca de consuelo o de un cachito de marihuana para pasar el frio; cuando reflexioné, me paré, en medio de la calle, les mostré el dedo medio, levantando la mano derecha, luego me lo metí varias veces en la boca y los miraba burlonamente tocándome con la mano izquierda mis “guevas”  venían tres cuadras atrás, así que tenía tiempo de  mofarme con sus caras de defensores de la justicia y sus bolillos café. Pero este momento excitante se opacó cuando veo que tras ellos venía  la “Bola”, carro detestado por todos los fumadores, expendedores, jóvenes rebeldes y uno que otro pillo; así era, se aproximaba  haciendo uso de sus sirenas y con una velocidad que aterraba,  mi rostro cambió automáticamente de agresor simbólico, a futuro agredido por  aquellos que juran proteger al pueblo y terminan ensañándose contra él. ¡Hay Hp¡ estos tombos me agarraron, pensé. Eran  eso de las 6:30 de la tarde  y  después de ese breve descanso, impulsé mi cuerpo y tal como lo hace el mejor atleta del mundo me dediqué a correr como ternero desbocado, salté por la baranda que rodea el lago chillicote  y caí de boca y nariz en las aguas de este sitio que hasta la fecha odiaba por su mal olor, pero que hoy, sería mi salvación, nadé hacia el centro del lago, mientras tanto, sentía que mí cuerpo se hundía lentamente;¡ Hay Marica¡ esta vaina sí es honda,  esa fue mi reflexión antes que golpeara mí peluda cabeza una piedrícima que mandaron los tombos. Miré de una y allí estaban. Uno de  los “bachilocas” se estaba quitando las botas para meterse al lago tras de mí, eso fue lo último que vi, porque me dediqué a practicar buceo, ósea meter  cabeza y cuerpo bajo el agua, y aguantar hasta que el aire se me acabara,  o sino, esperar que el “tombo” ese me agarrara, me diera una paliza, me llevara a la estación y llamaran  a mis papás.
Pero  la suerte estaba conmigo, al instante los maricas esos subieron en la “bola” y se fueron. Algunos que pasaban por el lugar, trataban de alumbrar con sus celulares para encontrarme en medio del agua, y comentaban mí hazaña, el perro  de uno de los ricachones que vive alrededor del lago ladraba como loco y un agente del Cai allí ubicado apenas y asomó su cabeza para averiguar que pasaba.  Sigilosamente Salí al otro extremo  del lago, encalambrado del frio, me senté. Por suerte, había un colchón viejo bajo unos árboles y me lo chanté para menguar el frío. Allí estuve sentado, hasta que llegaron unos manes peludos con pinta de bazuqueros y me ofrecieron  pegante. No gracias. Les dije. Más bien préstenme fuego para prender este cachito. Hacía rato lo estaba secando, esa era la dosis que quitaría de mí el cansancio, el frío y la adrenalina, me dispuse a ver los malditos perros multicolores y las estrellas fugaces  y demás locuras que pasan por mí cabeza; además de verme musculoso, en calzoncillos, con unas cananas en forma de cruz en el pecho, boleando bala a los malditos “tombos” y a uno que otro  personaje negro de mi infancia, que divagan por mi cabeza…   (Continuará)